Cada vez que me asomo a la cordillera de Anaga, veo su sonrisa esbozada entre las nubes.
La primera vez que oí hablar con gran amor de estas hermosas montañas que aparecen en el horizonte cuando entramos en santa Cruz de Tenerife desde el Sur de la Isla, fue a Ana María Medina, mi madrina de confirmación.
Ana María, me enseñó amar lo que me rodeaba, mi pueblo, mis amigas, mi familia, la naturaleza. Tenía esa habilidad de la sencillez amorosa. Cuando volvía de alguna visita a San Miguel de Abona, su pueblo. El recado que me llegaba era: "dile que tengo una cosita dulzona" y allí me esperaban los mantecados y galletas que eran un tesoro con olor a canela.
Cuando yo empezaba a dudar de mis cualidades, ahí estaba ella para recordarme mi valía. Siempre pensé que solo ella las veía. Era como esa hada madrina que aparecía cuando más la necesitabas, y solo tenía que hablarme con decadencia y seguridad. Gracias madrina, por ocuparte de mi autoestima, por regalarme aquella semana de filosofía Zen. Y ahora que lo pienso por tantos pequeños guiños de alegría que impregnaron mi juventud.
Se me hizo complicado entender que te ibas tan rápido, te refugiaste en tu casa y los tuyos más cercanos y no quisiste que supiera de tu enfermedad. Demasiado tarde para darte abrazos, demasiado tarde para lamentar no haber estado más cerca, demasiado tarde para tristeza. Porque tu fuiste todo lo contrario, alegría y sabiduría de la buena.
Querida Ana María, tenías tantos ahijados como Amor del bueno por regalar. Y después de tantos años sin poder verte y abrazarte es ahora que la necesidad de gratitud me lleva a escribir sobre ti. No descubro nada nuevo, si les digo que aquellos momentos compartidos con ella fueron de lo bueno, los mejores.
Y ahí están ellas, las montañas de Anaga que cada día me recuerdan que el corazón enorme de una mujer sencilla del Sur, fue y será su mejor embajadora. Si quiero tanto esas montañas, no es solo por su historia. Es porque Ana María me las mostró con otros ojos, con los ojos del alma.
Este escrito nace para agradecer los pequeños detalles que hacen grandes a las personas. En Memoria de Ana María Medina.
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