jueves, 25 de enero de 2018

Aniversario




Caminar despacito por la Calle la Arena y respirar el olor a mar del Charquito, me lleva al roce de tu mano, esa mano grande y estallada del quehacer diario, esa mano fuerte que asegura mi equilibrio, esa mano que levantó la casa dónde crecimos, aquella que te hicieron cambiar el balcón dos veces porque daba a la plaza, y tenía que ser de madera… cuanto esfuerzo para conseguir un techo digno dónde guarecer a tu familia. Pero tú lo conseguiste y sigue siendo una de las casas más vistosas que se asoman a la Plaza de la Patrona, sigue arropando a tus descendientes, sigue aguantando los vientos costeros como huracanes a veces.
Esas manos que volvieron a construir otro hogar dónde pasaste tus últimos años, dónde conseguiste la tranquilidad y paz que merecías, donde tus vecinos aún te extrañan y recuerdan tus conversaciones donde siempre habían sonrisas porque tu irónica visión de los acontecimientos diarios, provocaban risas. Volcado en tus tierras, tus animalitos y los tuyos era el objetivo de cada mañana.
Tus partidas de baraja en el Bar de Marrero, tus cuentos y tus risas marcaron las tardes vecinales compartidas. Las mismas veredas que antes pisaron tu padre, tu abuela, tu bisabuela y tatarabuela, también vieron tus pisadas, el campo duro y agradecido que dignificaste con tu buen hacer.
Tu vida, tu sacrificio, tu trabajo, tu sonrisa al ver a tus nietos, o soñarlos a los venideros, te hicieron presente. Tan presente, que cada día te nombramos más, te recordamos más y te extrañamos más.
Querido padre, te conviertes ahora en una luz en el camino, y cierro los ojos y puedo sentir tu mano fuerte y segura tirando de mí, me empujas cada día y sin pretenderlo se me escapa una lágrima pero esta vez de paz, porque lo vivido ya no lo cambiamos, y tu recuerdo se convierte en el mejor de los homenajes. Cada 26 de enero se vuelve duro, se te extraña “viejo”.