viernes, 18 de octubre de 2019

EN TODAS PARTES

Foto: Herraduradepalabras

A medida que nos acercábamos al puente de piedra mi corazón latía con más fuerza, una sensación de ahogo se apoderaba de mí, no quería volver la mirada hacia la ventana superior del caserón que estaba a nuestra derecha, entorne los ojos, respire y continúe en silencio.
La conversación de Daniel me devolvió al presente y disfrutamos del paseo hasta los jardines de la Villa Balbianello, el paisaje nos arropa y consigue que creamos que pertenecemos a este trozo de Tierra. Sin prisa, recorremos el ancho sendero que nos devolverá al embarcadero, de nuevo, la sensación de ahogo al pasar bajo el puente.
Esta vez no puedo ignorar que mi estado de ánimo se ve alterado, y me sorprende la serenidad con la que Daniel me habla.
­˗No te preocupes, está solo mirando, parece perdida, pero es tierna y no es tan vieja…
Tomé aire y sin poder dirigir el caudal del mismo, susurré.
˗ ¿Tú también la ves?
˗ Claro, mamá, no recuerdas que te conté lo que me pasó hace mucho, quizás no le diste importancia, era mi adolescencia loca, pero fue real, yo también veía el fantasma de la abuela.
Estaba claro que aquel episodio le marcaría para siempre. Si podía ver a la abuela, también podía ver a los demás. Ya en silencio, recorrimos las callejuelas de Lenno y regresamos en barco. Mientras el agua del lago salpicaba los cristales de mis gafas, recordé que esta vez viajaba sola, que los recuerdos aunque reales no me pertenecían, Los bellos rincones que visitaba, lo que comía y lo poco que conversaba, no me devolverían a mi amado hijo, y aunque le veía nitidamente sentado a mi lado nadie más podía.
Regresar a Italia no había sido una buena idea. Él está en todas partes y yo, en ninguna.

domingo, 8 de septiembre de 2019

EMILIA, ZENONA Y ANTONIA ALONSO

Imagen de actos de las Fiestas de Candelaria. Ayto. de Candelaria.















Emilia, daba sus primeros pasos junto a su madre Zenona, por las veredas estrechas y pendientes de Las Cuevecitas, por aquel entonces, las pocas casas repartidas por el núcleo rural tenían más de “goros” de animales que vivienda. Pero había algo que las identificaba, lo bien barridas y lustrosas como lucían las entradas a la casa y cerca el olor característico de los inciensos, que cuando se rozaban desprendían un aroma a limpio, así se diferenciaban de los habitáculos de los animales.
Zenona cargaba con la chiquilla allá donde iba, intentaba protegerla de las miradas penetrantes de los hombres, y de las muecas de desaprobación de las mujeres. Parecía mentira que sabiendo cómo se las gastaban las Alonso, se atrevían a mortificarlas.
Zenona había parido a Emilia sin estar casada, y Antonia la había parido a ella igual, en los registros de bautismo está escrito “madre natural”, parecía que estuvieran predestinadas a eso. La realidad era que las mujeres en el 1870 no estaban situadas en buena posición en la sociedad, no lo estaban entonces, y seguimos luchando ahora. Cuando naces en una sociedad rural tienes que pelear más por tu persona. Y Zenona lo sabía, por eso caminaba con la cabeza erguida y tomando de la mano a Emilia, las Alonso no bajaban la cabeza, eso repetía su madre Antonia y así sería.
Cuando Emilia llegó a los 19 años de edad, era toda una mujer, menuda y delgada que parecía nada a lo lejos, pero cuando te acercabas sabias que era de fuego, con un temperamento y desparpajo que no pasaba inadvertida, su vida transcurría entre cuidar la cabra familiar, traer leña del monte y ayudar en las labores a su madre y abuela. Andar por el monte le gustaba.
Esas caminatas y las reuniones familiares propiciaron que se enamorara de su primo Francisco, y éste tonteara con ella ilusionándola con un futuro juntos, era fácil ilusionar a una mujer en esos momentos, solo con la idea de tener una casa propia, y unos hijos propios a los que criar. Era simple, como simple parecía que esa ilusión se realizara. Uno de esos días, entre los pinos altos y los castaños de Chivisaya, Emilia se entregó al hombre apuesto que le prometía una vida nueva.
A partir de aquel día, la actitud del muchacho cambio, se hizo lejana, ya no le esperaba en el camino a su casa cuando venía con el “jace” de leña, ya no participaba en las reuniones del atardecer en el patio de su casa, algo pasaba, había dejado de rondarla y a cambio las risitas de los otros muchachos cuando ella pasaba, a Emilia no le gustaba.


Unas semanas más tarde, era evidente que Emilia había enfermado, estaba cansada, lloraba por cualquier cosa y no quería comer. Pero para Zenona, era claro como el agua, que su hija primogénita, tenía un mal, pero no estaba enferma. La abordó en un rincón del hogar cuando estaban solas y le espetó: - ¡tú estás preñada! Y Francisco se ha reído de ti. Mira que te advertí que primero al cura, y después al catre. No te sirve de nada verme a mí, lo que pasé por lo mismo, y tu abuela igual. Está claro que a nosotras no nos vale lo fácil. Pues ahora, apechuga con lo que venga.
Emilia, con los ojos húmedos de lágrimas incontrolables, intentaba replicar a su madre, pero no podía. Sólo atinó a decir: yo al cura, ya verá madre, que no será igual.
La preñez de Emilia no tardó en llegar a los oídos de Francisco, igual que no tardó éste en marchar rumbo a Cuba, en busca de fortuna. Y ella, desconsolada, engordando por días, pero furiosa con su suerte, no dejó ni un solo día de trabajar para ganarse el pan.
La leña ese día del mes de junio pesaba más y cuando ya divisaba las casas un dolor le atravesó el alma, cayó al suelo la madera recién cogida y un grito ahogado salió de su garganta. Se agachó y sola dio a luz a un niño. Fue tan grande su felicidad, que lo arropó con su larga falda negra, se puso la leña en su cabeza, lo abrazó y con la frente alta, como su madre le había dicho siempre, llegó a su casa.
En pocos días, volvía a las faenas, ahora también estaba Pablo, su rollito de oro, porque era rubio de ojos verdes, el niño más hermoso de cuántos existían y era suyo.
Pero las miradas y comentarios cada día se volvían más impertinentes, las palabras mal intencionadas le abrían el alma. Y la idea de abandonar el caserío y bajar a la playa se iba tejiendo en su cabeza. Pero como haría para sobrevivir en Candelaria, ella estaba acostumbrada a las cabras, la leña, el monte… Y allí abajo, era pescado y loza. Ella no sabía de esos oficios, pero los aprendería, porque una Alonso no baja la cabeza, solo lucha.
Aprovechando el frío de febrero y las fiestas de la Virgen de Candelaria, se fue a vivir a orilla del mar, se instaló en un cuartucho, con su coraje y ayudada por sus manos conseguía subsistencia para ella y su hijo.


Un buen día, reparó en aquel cabrero que guardaba el rebaño en la parte alta del pueblo, le miraba con insistencia cuando pasaba cerca, pero su mirada no era como la de los otros hombres, este la miraba con un brillo diferente. Tan diferente fue, que al poco estaban compartiendo casa y fogal. Ezequiel que así se llamaba, trataba a Pablo como su primogénito, le enseñaba a tratar a los animales, a ordeñarlas, a entender los sonidos al amanecer. Y a Emilia le ofreció un cariño que ella desconocía y protección. Aunque difícil manejar el carácter de la muchacha, poco a poco fue adaptándose a ella y la acompañó en todas sus decisiones. Cuando Emilia visitó a su madre y le contó de su compañero, Zenona solo preguntó: -No vas al cura?
-      No, madre, Ezequiel está casado, y se vino de los altos de Güimar pa’ Candelaria un poco por eso, no quiere cuentas con esa mujer, y a mí no me importa, porque me respeta, me deja hacer, me quiere a mi “rollito de oro” y me arropa. Con eso me basta, ¿qué más puedo pedir?.
Un día Emilia se enteró que vendían una casa con patio cerca de Santa Ana, y tal como supo quién la vendía, allá que se fue hablar con el dueño, quedó en un precio y le dijo que en 2 días volvería con el dinero. Cuando lo contó a Ezequiel no pudo decir nada, ya ella había negociado y cerrado el trato, ahora solo quedaba pagar, pero no tenían todo el dinero y acudieron a un prestamista, un usurero según ella, pero aún con ese pensamiento acordó la devolución del mismo con todos los intereses que eran muchos y en el plazo estipulado. Así se hizo con su primera propiedad.
Formó una familia de cuatro hijos: Pablo, Concha, Enriqueta y Fidel.
Emilia se casó con Ezequiel, pero como lo hicieron después de que él enviudara y ya tenían los hijos grandes no le cambiaron los apellidos. Otra razón, mas poderosa pudo ser que Emilia quisiera mantener el apellido Alonso en sus descendientes, a modo de rebeldía. Una rebeldía que la acompañó durante toda su vida, hasta sus últimos momentos.
Se le recuerda menuda, encorvada y ciega, pero con un espíritu libre y poderoso.
Pablo fue mi abuelo, Emilia fue mi bisabuela y me enseñó a ordeñar las cabras cuando apenas llegaba a las ubres. Zenona mi tatarabuela y Antonia mi trastarabuela. Soy ALONSO porque el coraje se ha heredado y conocer su historia me ha valido para NO BAJAR LA CABEZA.

jueves, 22 de agosto de 2019

Pino Ojeda Quevedo



Imagen relacionada



QUIERO

Sentir bañada mi piel por cálido efluvio

y ser prisionera de ti, de tu mirar sereno,


apagar mi ansia entregando pleno


mi corazón, mi amor, mi vida entera.


Y en mullida alfombra de bucólico prado


de azahares mi frente ver coronada/


y mis labios abiertos en la noche alada


del azul de tus pupilas sentirlos besados.


Cálido beso que cubrirá mi desnudo


deseo eterno de ser vencida


por besos hirvientes que despierten mi vida.


Por besos castos que cubran rubores


y por besos eternos que olviden dolores


dibujando de estrellas mi noche insomne.


que despierten mi vida.


Pino Ojeda Quevedo (1916-2002)


http://nortegrancanaria.es/pino-ojeda-por-pedro-callico-e-inma-flores/

En el enlace anterior, podemos acceder al artículo en el diario digital nortedegrancanaria.es que firma Pedro Callido e Inma Flores, sobre Pino Ojeda, poeta y pintora natural de la isla de Gran Canaria. Con uno de sus poemas, queremos homenajear a esta figura de las Artes Canarias. Descubrir a Pino Ojeda produce una admiración hacia su obra. Cuando en este mes de agosto tiene lugar su aniversario de vida y partida, es un buen momento para reconocer y divulgar su magnífico legado.


Notas: La fotografía que se muestra, es copiada de la página rincondepoetasmajo.blogspot.com

sábado, 27 de julio de 2019




Los Torres Castellano de Araya a Candelaria

Luis Torres Álvarez, nació en 1812 y junto a Josefa Castellano González que nació en 1810, vivieron en Araya, aparecen en el Padrón de 1830. Y es en 1858 cuando ya aparecen en el Padrón de Candelaria en la casa nº184.
Tuvieron 10 hijos, Los Torres Castellano llegaron a Candelaria para crear el árbol genealógico de uno de los apellidos que llega a nuestros días con personajes indiscutibles de este pueblo.
a) José Marino nace en 1837 y casa con María Delgado Navarro en 1858.

b) Agustín M. nace en 1839 y casa con Magdalena Albertos del Castillo, tuvieron un hijo nacido en 1867 de nombre Tomas Agustín.

c) Juan Pablo nace en 1841 y casa con Fabiana Mª Concepción Pérez Gómez, natural de Arico, tuvieron 3 hijos, y la mayor Francisca o Frasquita Torres Pérez que casó con Gumersindo Marrero Sabina.
               Francisca y Gumersindo tuvieron 3 hijos vivos: Rosa Benita (mi abuela), Gumersindo Antonio (Daniel), Félix Gumersindo (Juan, El mecánico de la plaza de Santa Ana) y Amalia.

d) Mª del Rosario nace en 1844

e) Andrés Blas se casa en el año 1878 con Rosa Sabina, de este matrimonio nacen seis hijos, los Torres Sabina.

f) Triburcio  (Tiburcio) nace en 1849 y casa en el año 1878 con Cornelia Eufemia Pérez, de esta unión nacería Felisa Gregoria Torres Pérez en 1879, cuando Felisa cuenta con 21 años se casa con Norberto Expósito Navarro. Estos serían los padres, del recordado Arturo Expósito Torres, que regentaba la carpintería de la Calle la Arena junto a su hermano Armando. Arturo nació en Cuba y una vez en Candelaria, estaría vinculado siempre al Fútbol candelariero, hombre de carácter afable y muy querido por sus vecinos, tuvo tres hijos, su hija Mª Magdalena y su hijo Arturo (Arturito) han fallecido, les sobrevivió Agustín.

g) Hilario domingo nace en 1846 y casa con Emeteria Jorge Hernández

h) Francisco de los Reyes nace en 1863 y casa con Domitila Nuñez Cruz.

i) Tomas Agustín nace en 1867 y casa con Vicenta Reyes Lauzaron

j) Vicente Anastasio nació en 1870 y casó con Margarita Florencia Armas Díaz.

De estos Torres Castellano, nacen múltiples ramas familiares y cuando se escuche el apellido Torres, se sabrá que venían del pago de Araya y bajaron a la costa a trabajar, asentarse y prosperar, de una manera u otra, consiguieron un propósito que igual desconocían, generaciones tardías se siguen llamando primos entre ellos, porque les legaron el orgullo de pertenencia. Un hermoso legado, que sólo algunos se dan cuenta hoy día.








La familia compuesta por Juan Pablo Torres Castellano y Fabiana Pérez Gómez, junto a sus hijos: Francisca, Amalia y Juan.










Datos recogidos de la tradición oral familiar, el archivo diocesano de La Laguna, Libros de bautismos y matrimonios de la parroquía de Santa Ana de Candelaria.

domingo, 9 de junio de 2019

Día internacional de la poesía




21 DE MARZO DÍA INTERNACIONAL DE LA POESÍA

Mientras me miras

Mientras me miras
a los ojos
vislumbro tu vida lejana
Mientras me miras
a los ojos
grito al silencio, callada
Mientras me miras
a los ojos
escucho en el alma
el amor que me embriaga
Sigues mirando a mis ojos
y sigo queriéndote
hasta el alba.

Toñi Alonso
21-7-1986






jueves, 14 de febrero de 2019

EL CABO DE HORNOS UN BARCO CARGADO DE SUEÑOS


El Cabo de Hornos un barco cargado de sueños.


Pepi sale desde Madrid el 5 de noviembre de 1958, rumbo a Cádiz para desde allí embarcar en el “Cabo de Hornos” con destino en Brasil, pesaba 42 kilos y perdería 2 en el trayecto. La mayoría de los viajeros tenían el mismo destino que ella, el vapor salió del puerto de Barcelona con itinerario Vigo-Cádiz-Tenerife-Brasil-Argentina. Lo que ignora Pepi que viajó en uno de los últimos trayectos que realizo el “Cabo de Hornos” antes de ser desguazado en los astilleros de Avilés en el año 1959.
El “Cabo de Hornos” fue botado el 4/8/1928 con el nombre de “Empire State”, rebautizado “María Pepa” y más tarde el 15/8/1941 como “Cabo de Hornos”. Realizó 192 viajes y traslado a más de diez mil pasajeros, entre ellos a Pepi.
Cuando la joven llegó al puerto de Santa Cruz de Tenerife, sus ojos no daban crédito, los nuevos pasajeros en su mayoría hombres apenas llevaban una pequeña maleta, las ropas limpias pero viejas y un halo de incertidumbre los acompañaba, pero había algo en todos ellos, sus ojos brillantes, con la luz que da la esperanza de perseguir un sueño de vida mejor, la miseria, la escases, la podredumbre darían paso al trabajo, las oportunidades, el progreso que les ofrecía la América soñada.
Junto a ella se sentó Micaela, una muchacha de apenas 15 años que viajaba con su padre, su rostro redondo era como una luna llena que vestía unos largos y rubios cabellos, pero las lágrimas bañaban sus pensamientos, porque tanto sentimiento opuesto había podido con la entereza que quería demostrar. Le esperaba al otro lado del Atlántico su hermano Juan y eso le daba fuerzas para lo que vivía en esos momentos. Pepi no sabe cómo ni cuándo, pero viajaron tomadas de la mano y llorando en silencio, una manera más de fortalecerse dos desconocidas.
Cuando los mareos cesaron, las dos mujeres, iniciaron confidencias y vivencias, Pepi relataba su inicio de aventura desde Madrid, “me espera, mi marido en Brasil, nos casamos hace dos años, en la Almudena. Mi madre me hizo el vestido, era precioso, y mis amigas Julieta y Paca fueron mis damas, llevaban un ramito de margaritas, ¡ay!, que me emociono… Nos fuimos a vivir a un pisito pequeño, pero mi marido, perdió el trabajo y las deudas crecieron, él marcho hace 4 meses a ese país y yo tengo muchas ganas de verlo. No te he dicho, soy costurera, mi madre también lo es, a su taller viene lo más selecto de la capital…
¿Y es muy grande la capital, Pepi? La interrumpe una Micaela, intrigada por saber de un lugar más allá del mar atlántico, que conoce. Deseosa de averiguar lo que existe en el horizonte azul al que está acostumbrada.
Sí que es grande, chiquilla, está llena de edificios y parques inmensos con árboles que más que sombra te ofrecen cobijo, y calles anchas, aunque algunas estrechas y angostas que nos llevan por un Madrid castizo y familiar, yo vivo en una calle así, bueno, vivía… Ahora no sé dónde voy a vivir, mi marido me escribió diciendo que cerca del mar, será bonito ver el mar desde la casa, porque detrás del mar estará Madrid.
Micaela, con voz bajita porque le parecía que dónde ella vivía no era tan importante como Madrid, le contó a Pepi de dónde venía:
Yo, desde el patio de mi casa sí veo el mar, ¡es tan grande!, cuando las “trineras” llegan a la Cueva de los Camellos, hacen sonar las bocinas, así sabemos que traen mucho pescado, antes mi hermano Juan se iba en el “Juana María”, así se ganaba unas “perras”, pero nunca eran suficiente para prosperar, además aquí le tienen manía porque es un “contestón” y eso a los caciques no les gusta, entre eso y que se peleó con Felipe el hijo del alcalde, tuvo que emigrar, y nos espera en la Argentina… dicen que es un país muy grande y con mucho trabajo, espero conseguir uno y no estar siempre cocinando para mi padre, aunque es bueno conmigo pero si no fuera que está Juan allí, yo no iba.
¿Y tu madre?, Micaela, ¿qué pasó?, ¿no tienes abuela?, ¿tías?
Las lágrimas invaden a la chiquilla, suspira y contesta despacito.: Madre murió y todo se torció, mi padre no se lleva bien con mi abuela Carmen, ella es de carácter y dice que mi madre murió por trabajar tanto, no es verdad, pero mi padre no se lo perdona. Y siempre estuve sola, bueno… mi prima Rosa sí que me quiere, es mayor y me hacía trenzas, me enseñó a leer bien, a respirar y sentarme como una señorita… supongo que la voy a extrañar mucho. Pero mi hermano Juan me escribió y dice que en la Argentina, voy a tener amigas y podré cocinar para gente importante, no sólo para él y mi padre. También me contó que allí a las chicas las dejan ir solas al baile, aunque no creo que padre me deje, igual consigo un buen novio, y que venga pronto porque como se me pase el arroz…
Pero Micaela si eres una niña, ya tendrás tiempo, para novios… A ver cuéntame ¿cómo son las fiestas en tu pueblo?
Divertidas, sí y con mucha gente. Vienen de toda la isla a ver a la virgen, nuestra virgen es muy bonita, élla me protegerá y me va ayudar en Argentina, eso me dijó mi tía Luisa, la madre de Rosa. La música de parrandas se cuela por todos los rincones, las guitarras parecen orquestas ellas solas. Se llena el pueblo de ventorrillos, son como bares, pero de quita y pon, y huele a pescado asado, a carne “cochino” y a “foguetes”.
¿Qué son los foguetes?
Son fuegos artificiales que se tiran al aire, y el sonido es a fiesta, así estamos tres días enteros, entre procesiones, comilonas y paseos… Igual no son importantes para ti, pero la gente se ve contenta y eso es bonito porque el resto del año, parece que están enfadados.
Sí que es importante, Micaela, porque nosotros también tenemos fiestas parecidas pero me parece a mí que menos bulliciosas. Cuando llegue a Brasil me acordaré de ti y de tus fiestas, así con el pensamiento te enviaré energía para que consigas tus sueños.
Nuestras protagonistas, tuvieron diferente fortuna, Pepi pasó dos largos años trabajando de dependienta, contenta por estar junto a su marido, conoció gente nueva y disfruto de su casa frente al mar, los recuerdos y la soledad en un país que no era el suyo le causó mella y como tantos otros emigrantes que no consiguieron hacerse al país que los acoge, regresó a Madrid, ahora de la mano de su marido, que no volvería a dejar, volvió para seguir buscándose la vida. Y siempre cuenta a sus amistades que cuando llegan las fiestas, su pensamiento es para aquella chiquilla que conoció en el Cabo de Hornos hacia Brasil, que a pesar de su juventud le llenó de fuerzas para superar la travesía.
Para Micaela, la vida le dio un revolcón, de nuevo. Nada más llegar su padre enfermó y murió, la tristeza se apodero un tiempo de ella, pero como llegó se fue, acostumbrada a luchar se levantó y consiguió un trabajo bien remunerado en una casa de postín, fue allí donde la fortuna la visitó, se enamoró de ella un hombre bueno con posesiones numerosas, ya no trabajó más, lo hacían otros para ella. Formó familia y aunque recordaba a sus allegados en la isla, no volvió. Aquella joven con coraje, no sólo consiguió sus sueños sino además enseño a los suyos a valorar el esfuerzo y la valentía. Vivió en el interior del país, lejos del mar, aquel mar inmenso que llegó a empequeñecerla, ahora el agua de los ríos del interior le bañaban y el verde de bosques le arroparon hasta conseguir hacerla feliz.
Las mujeres que un día se cogieron de la mano y lloraron en silencio, construyeron dos mundos distintos pero el comienzo fue el mismo, un barco que en su última travesía las llevo al nuevo mundo, a países dispares pero compartiendo algo grandioso construir sueños y hacerlos realidad. Cuando las manos se juntan y alguna lágrima resbala silenciosa, deja un sello imborrable de coraje y valentía, cuando unos suspiros se oyen sin estridencias se cuelan en los pensamientos para convertirse en poderosas razones, para sobrevivir y para VIVIR, todo aquel que se deje llevar por sus sueños más profundos, son valedores de admiración, y aquellos que se abandonan al pasar de los días sin pena ni gloria, si un día miran al horizonte y lo ven tan inmenso como Micaela, igual, solo tal vez, puede que se atrevan a soñar.