Desde
hace unos pocos años y casi por casualidad vivo en una de las calles más
emblemáticas de Santa Cruz, en la Rambla Pulido, desde la ventana observo cada
día como el Tranvía lleva y trae a transeúntes que como en casi todas las
paradas como ésta pasan rápidos y muchas veces sin mirar a los ojos de los que
se cruzan, pero otras se saludan cordiales o simplemente sonríen a los de la
otra acera, uno de esos días tontos pasados tras el cristal me sorprende el
movimiento inusual del piso de enfrente, una mujer de melena al viento se afana
en alegrar un piso recién estrenado, cortinas nuevas, sillones en el balcón,
plantas que alegran un piso antiguo. Y pasan los días sin volver a reparar en
mi nueva vecina hasta que la veo barriendo el balcón, recoge los enseres y pasa
las cortinas, al instante ya está en la calle, esbelta, elegante y segura pasea
calle abajo mirando escaparates, como me entusiasma esta mujer, está tomando
posesión del entorno y la calle, el tranvía, los vecinos y yo la recibimos de
muy buena gana. En otra ocasión me la cruzo en el súper de la esquina, mira tú
por donde que también le gusta comprar cerca, esta sí va a ser una vecina que
viene para quedarse.
Han
pasado unos meses desde su llegada y de vez en cuando dirijo la mirada al
balcón del piso de enfrente esperando encontrarme con una planta nueva, una
nueva cortina, una visita que atiende mi vecina, un perrito que le hace
compañía… y no hayo nada de lo descrito, al contrario, ya no la veo ordenar las
plantas del balcón, es más, están marchitas sin ser retiradas, el sillón se ha
oscurecido del hollín de coches, la mesita parece triste pegada a la pared, es
así como está el piso de enfrente. Y cada vez menos se encienden las luces y se
corren menos veces las cortinas y poco a poco un gris plomo invade las ventanas
que antes explotaban de luz. Mi vecina se desinfló igual que lo hacemos el
resto, la alegría que me producía verla en su balcón y paseando por la Rambla
se ha vuelto sinsabor y tristeza. Me resisto a creer que se ha dado por vencida,
si pudiera le gritaría del otro lado de la calle, desde mi balcón, para que
volviera a regar las plantas y estas fueran de un verde intenso, para que
paseara con el mismo garbo del principio, para que renaciera llenando de
alegría la esquina que ocupa en este trocito de ciudad y sobre todo para que no
me deje sola en esta Rambla Pulido llena de palomas, arroz, oscuridad y
desasosiego. No lo sabe pero necesito que emita energía como al principio…
Igual no sólo yo la necesito.
Me gusta y te animo a que continúes escribiendo para así yo poder leerlos y desconectar de la rutina diaria. un besote
ResponderEliminarAgradecida por tu comentario, y prometo sorprenderte. Besos.
EliminarUn buen relato,entrañable y reflexivo.
ResponderEliminarAntes,en mis tiempos mozos,60-70.Paseabas por Santa Cruz o cualquier otra ciudad o pueblo de las islas y veías caras conocidas.Hoy no conoces a nadie.
Sabías de la vida de tus vecinos más cercanos y de la de todos o casi todos de tu barrio.Sacabas las sillas a la puerta de tu casa y te ponías a conversar con la vecindad.
Hoy,no conoces ni al vecino de tu misma planta;no digamos del resto de vecinos de tu comunidad.Supongo que son "cosas de la modernidad".