Foto: Herraduradepalabras |
A
medida que nos acercábamos al puente de piedra mi corazón latía con más fuerza,
una sensación de ahogo se apoderaba de mí, no quería volver la mirada hacia la
ventana superior del caserón que estaba a nuestra derecha, entorne los ojos, respire
y continúe en silencio.
La
conversación de Daniel me devolvió al presente y disfrutamos del paseo hasta
los jardines de la Villa Balbianello, el paisaje nos arropa y consigue que
creamos que pertenecemos a este trozo de Tierra. Sin prisa, recorremos el ancho
sendero que nos devolverá al embarcadero, de nuevo, la sensación de ahogo al
pasar bajo el puente.
Esta
vez no puedo ignorar que mi estado de ánimo se ve alterado, y me sorprende la
serenidad con la que Daniel me habla.
˗No
te preocupes, está solo mirando, parece perdida, pero es tierna y no es tan
vieja…
Tomé
aire y sin poder dirigir el caudal del mismo, susurré.
˗
¿Tú también la ves?
˗
Claro, mamá, no recuerdas que te conté lo que me pasó hace mucho, quizás no le
diste importancia, era mi adolescencia loca, pero fue real, yo también veía el
fantasma de la abuela.
Estaba
claro que aquel episodio le marcaría para siempre. Si podía ver a la abuela,
también podía ver a los demás. Ya en silencio, recorrimos las callejuelas de
Lenno y regresamos en barco. Mientras el agua del lago salpicaba los cristales
de mis gafas, recordé que esta vez viajaba sola, que los recuerdos aunque
reales no me pertenecían, Los bellos rincones que visitaba, lo que comía y lo
poco que conversaba, no me devolverían a mi amado hijo, y aunque le veía
nitidamente sentado a mi lado nadie más podía.
Regresar
a Italia no había sido una buena idea. Él está en todas partes y yo, en
ninguna.