jueves, 27 de abril de 2017

Casa Lala y el enredo con las letras


Fotografía de la página de Facebook, Candelaria Forever, autor Brito. Al fondo dónde estaba ubicado el estanco, actualmente Lala está jubilada y el inmueble está ocupado por una administración de loterías.




El estanco de “Lala” era un pequeño mundo por explotar. Cuando mamá me mandaba a comprar hilos de la mejor marca, sobres de avión para enviar cartas a Venezuela, o simplemente a no sé qué, para mí era un placer. Recuerdo el pequeño mostrador de cristal y aluminio que dejaba entrever lo que podía ser un regalo de cumpleaños, aniversario o lo más evidente un pequeño presente para regalarse uno mismo.
Aquella tarde iba por hilo blanco para coser unos botones que caídos del uso en la camisa de tergal de mi padre, pedían un cambio inminente si quería seguir pareciendo “adecentado”. Contaba además con 100 pesetas para comprarme lo que yo quisiera, todo un capital en aquellos tiempos en los que las revistas de niñas costaban 25 ó 30 pesetas, pero yo ese día dirigí mi mirada al altillo del armario que colgaba encima de la nevera de helados, el sitio más alto donde se escondían entre novelas del Oeste, recetarios de cocina, y... algún pequeño libro de bolsillo que me intrigaba sobremanera que podrían contar entre sus páginas, era tan chica, y lo sigo siendo, que no llegaba ni por asomo al primer estante pero sí existía una butaca de cocina que a modo de escalera me elevaría al más alto de los sueños.
            ¿Qué son esos libros, Lala?, ¿Puedo mirarlos?, la respuesta no se hizo esperar y me subí para ver desde allí un mundo diferente, abajo quedaban las revistas de niñas, el Jabato, El Guerrero del Antifaz, Zipi y Zape,... y allí arriba estaban los de bolsillo, nunca entendí porque se les llamaban así hasta tiempo mucho más tarde, para mí eran simplemente lo nuevo, lo que los mayores disfrutaban sentados en los bancos de la plaza y que yo no había disfrutado, era lo que me intrigaba aquellas letras seguidas y sin dibujos ni fotografía, que cosas dirían... Y allí estaba yo eligiendo uno que costase menos de 100 pesetas para poder descubrir.
            Y encontré uno de tapas azules y un dibujo que parecía una niña, el título: “Ojos de Perro Azul”, de García Márquez, ni sabía yo quién era el escritor y menos de que trataba aquel libro, pero lo escogí de entre unos cuantos. Y costaba 100 pesetas que podía pagar. Baje de aquella butaca llevando en mis manos mi preciado tesoro y sin saber de qué trataba ya lo cuidaba como una joya... sigue estando en la estantería de mi casa, con hojas amarillas, despegadas y alguna doblada pero después del paso de los años sigue siendo mi primer joya literaria, la primera que dio paso a un sinfín que forma parte de mi mejor legado, los libros.
            No imaginaba Lala que ese día forma parte de mis más entrañables recuerdos, y de una forma u otra de mi formación intelectual.
            Ahora ya no se venden revistas y libros junto a otros mil artículos que mis ojos del alma repasarían mil veces para volver a mi niñez, ahora son otras ilusiones las que vende, pero el enredo de las letras nos unen a élla y a mí para siempre. El unir los dedos a las teclas de una máquina de escribir, se convirtió en mi primera manera de ganarme unos duros para seguir comprando libros, y de eso también me ayudó Lala.
            Cuando los Domingos bien temprano me dirigía a “echar” unas horitas con los curas vendiendo medallitas y otra vez, libros. Le daba los buenos días comprando el periódico y siempre regalándome con la misma actitud amable y cariñosa un pellizco al día que comenzaba. Cuando aparecieron las revistas con patrones y Lala tenía las mejores, mis primeras blusas y faldas con las que paseaba en pandilla fueron sacadas de esas ilustraciones, lo que ahora llamamos glamur y que por entonces yo llamaba elegancia. Y llegaron las fotonovelas que las amigas intercambiábamos, de ahí saque el nombre de un gato callejero que adopté en casa, Federico se llamaba, cuanto se mofo mi padre por el nombre del felino, que era igual a un conocido suyo que vivía en los altos del pueblo.
            Me pregunto por qué Lala aún no se jubila, porqué continúa regalando ilusiones detrás de un mostrador, será quizás porque sin saberlo es pieza clave para que armemos nuestras vidas, los conocidos y los desconocidos, quizás sea porque antes que pierda la memoria y el hilar las palabras deba agradecer a esta mujer lo que ha significado en el paso de mi vida y cuánto de bueno sin quererlo y sin saber cómo ni por qué se hace presente cada vez que miro con los ojos cerrados hacia atrás, o bien, los abro y miro las estanterías del salón plagadas de historias contadas por otros y que destaca aquel libro de tapas color azul cielo con el dibujo de lo que se supone es la cara de una niña... vamos el inicio de un castillo de letras en fila india esperando ser agrupadas convenientemente.

            Llena de recuerdos, con alegría en la mirada y muy agradecida se hilan las letras en tu nombre. Sigue enredando ilusiones que en estos tiempos necesitamos muchos ejemplos para seguir.

jueves, 20 de abril de 2017

MI VECINA




Desde hace unos pocos años y casi por casualidad vivo en una de las calles más emblemáticas de Santa Cruz, en la Rambla Pulido, desde la ventana observo cada día como el Tranvía lleva y trae a transeúntes que como en casi todas las paradas como ésta pasan rápidos y muchas veces sin mirar a los ojos de los que se cruzan, pero otras se saludan cordiales o simplemente sonríen a los de la otra acera, uno de esos días tontos pasados tras el cristal me sorprende el movimiento inusual del piso de enfrente, una mujer de melena al viento se afana en alegrar un piso recién estrenado, cortinas nuevas, sillones en el balcón, plantas que alegran un piso antiguo. Y pasan los días sin volver a reparar en mi nueva vecina hasta que la veo barriendo el balcón, recoge los enseres y pasa las cortinas, al instante ya está en la calle, esbelta, elegante y segura pasea calle abajo mirando escaparates, como me entusiasma esta mujer, está tomando posesión del entorno y la calle, el tranvía, los vecinos y yo la recibimos de muy buena gana. En otra ocasión me la cruzo en el súper de la esquina, mira tú por donde que también le gusta comprar cerca, esta sí va a ser una vecina que viene para quedarse.
Han pasado unos meses desde su llegada y de vez en cuando dirijo la mirada al balcón del piso de enfrente esperando encontrarme con una planta nueva, una nueva cortina, una visita que atiende mi vecina, un perrito que le hace compañía… y no hayo nada de lo descrito, al contrario, ya no la veo ordenar las plantas del balcón, es más, están marchitas sin ser retiradas, el sillón se ha oscurecido del hollín de coches, la mesita parece triste pegada a la pared, es así como está el piso de enfrente. Y cada vez menos se encienden las luces y se corren menos veces las cortinas y poco a poco un gris plomo invade las ventanas que antes explotaban de luz. Mi vecina se desinfló igual que lo hacemos el resto, la alegría que me producía verla en su balcón y paseando por la Rambla se ha vuelto sinsabor y tristeza. Me resisto a creer que se ha dado por vencida, si pudiera le gritaría del otro lado de la calle, desde mi balcón, para que volviera a regar las plantas y estas fueran de un verde intenso, para que paseara con el mismo garbo del principio, para que renaciera llenando de alegría la esquina que ocupa en este trocito de ciudad y sobre todo para que no me deje sola en esta Rambla Pulido llena de palomas, arroz, oscuridad y desasosiego. No lo sabe pero necesito que emita energía como al principio… Igual no sólo yo la necesito.