Fotografía de la página de Facebook, Candelaria Forever, autor Brito. Al fondo dónde estaba ubicado el estanco, actualmente Lala está jubilada y el inmueble está ocupado por una administración de loterías.
El estanco de “Lala” era un
pequeño mundo por explotar. Cuando mamá me mandaba a comprar hilos de la mejor
marca, sobres de avión para enviar cartas a Venezuela, o simplemente a no sé
qué, para mí era un placer. Recuerdo el pequeño mostrador de cristal y aluminio
que dejaba entrever lo que podía ser un regalo de cumpleaños, aniversario o lo
más evidente un pequeño presente para regalarse uno mismo.
Aquella tarde iba por hilo
blanco para coser unos botones que caídos del uso en la camisa de tergal de mi
padre, pedían un cambio inminente si quería seguir pareciendo “adecentado”.
Contaba además con 100 pesetas para comprarme lo que yo quisiera, todo un
capital en aquellos tiempos en los que las revistas de niñas costaban 25 ó 30
pesetas, pero yo ese día dirigí mi mirada al altillo del armario que colgaba
encima de la nevera de helados, el sitio más alto donde se escondían entre
novelas del Oeste, recetarios de cocina, y... algún pequeño libro de bolsillo
que me intrigaba sobremanera que podrían contar entre sus páginas, era tan
chica, y lo sigo siendo, que no llegaba ni por asomo al primer estante pero sí
existía una butaca de cocina que a modo de escalera me elevaría al más alto de
los sueños.
¿Qué son esos libros, Lala?, ¿Puedo mirarlos?, la
respuesta no se hizo esperar y me subí para ver desde allí un mundo diferente,
abajo quedaban las revistas de niñas, el Jabato, El Guerrero del Antifaz, Zipi
y Zape,... y allí arriba estaban los de bolsillo, nunca entendí porque se les
llamaban así hasta tiempo mucho más tarde, para mí eran simplemente lo nuevo,
lo que los mayores disfrutaban sentados en los bancos de la plaza y que yo no
había disfrutado, era lo que me intrigaba aquellas letras seguidas y sin
dibujos ni fotografía, que cosas dirían... Y allí estaba yo eligiendo uno que
costase menos de 100 pesetas para poder descubrir.
Y encontré uno de tapas azules y un dibujo que parecía
una niña, el título: “Ojos de Perro Azul”, de García Márquez, ni sabía yo quién
era el escritor y menos de que trataba aquel libro, pero lo escogí de entre
unos cuantos. Y costaba 100 pesetas que podía pagar. Baje de aquella butaca
llevando en mis manos mi preciado tesoro y sin saber de qué trataba ya lo
cuidaba como una joya... sigue estando en la estantería de mi casa, con hojas
amarillas, despegadas y alguna doblada pero después del paso de los años sigue
siendo mi primer joya literaria, la primera que dio paso a un sinfín que forma
parte de mi mejor legado, los libros.
No imaginaba Lala que ese día forma parte de mis más
entrañables recuerdos, y de una forma u otra de mi formación intelectual.
Ahora ya no se venden revistas y libros junto a otros mil
artículos que mis ojos del alma repasarían mil veces para volver a mi niñez,
ahora son otras ilusiones las que vende, pero el enredo de las letras nos unen
a élla y a mí para siempre. El unir los dedos a las teclas de una máquina de
escribir, se convirtió en mi primera manera de ganarme unos duros para seguir
comprando libros, y de eso también me ayudó Lala.
Cuando los Domingos bien temprano me dirigía a “echar”
unas horitas con los curas vendiendo medallitas y otra vez, libros. Le daba los
buenos días comprando el periódico y siempre regalándome con la misma actitud
amable y cariñosa un pellizco al día que comenzaba. Cuando aparecieron las
revistas con patrones y Lala tenía las mejores, mis primeras blusas y faldas
con las que paseaba en pandilla fueron sacadas de esas ilustraciones, lo que
ahora llamamos glamur y que por entonces yo llamaba elegancia. Y llegaron las
fotonovelas que las amigas intercambiábamos, de ahí saque el nombre de un gato
callejero que adopté en casa, Federico se llamaba, cuanto se mofo mi padre por
el nombre del felino, que era igual a un conocido suyo que vivía en los altos
del pueblo.
Me pregunto por qué Lala aún no se jubila, porqué
continúa regalando ilusiones detrás de un mostrador, será quizás porque sin
saberlo es pieza clave para que armemos nuestras vidas, los conocidos y los
desconocidos, quizás sea porque antes que pierda la memoria y el hilar las
palabras deba agradecer a esta mujer lo que ha significado en el paso de mi
vida y cuánto de bueno sin quererlo y sin saber cómo ni por qué se hace
presente cada vez que miro con los ojos cerrados hacia atrás, o bien, los abro
y miro las estanterías del salón plagadas de historias contadas por otros y que
destaca aquel libro de tapas color azul cielo con el dibujo de lo que se supone
es la cara de una niña... vamos el inicio de un castillo de letras en fila
india esperando ser agrupadas convenientemente.
Llena de recuerdos, con alegría en la mirada y muy
agradecida se hilan las letras en tu nombre. Sigue enredando ilusiones que en
estos tiempos necesitamos muchos ejemplos para seguir.