Febrero es un mes mágico, siempre lo ha sido, y estoy segura de ello. Las candelas del 1 de febrero y la festividad de La Candelaria el día 2, marcan sin remedio mi caminar.
Cuando se alimentan las discusiones si la imagen de la Virgen de Candelaria que está en la Basílica es la auténtica, si es o no la dueña del título de Patrona General de Canarias, y tantas otros puntos de distanciamiento. Me asaltan los sentimientos más profundos. Nací tan cerca de ella, la cuidé, le recé, también me aleje, y después de tantos vaivenes de la vida. Llegan los recuerdos, mis antepasados más cercanos que me mostraron respeto por lo que a su alrededor surgía. Los antepasados tan antiguos que lucharon enfrentándose a las más altas esferas, defendiendo su lugar ante ella.
Tan cerca, que hoy oígo los "foguetes" en su honor, y me recuerdan que siempre estuvo y está ahí, con la libertad de participar o no, en lo que su imagen significa. Libertad de estar en una u otra posición.
Febrero entra en mi vida como un huracán, empujando mis musas a mis dedos. Llenando mi corazón de recuerdos.
Un día de estos, cumplo la palabra.
Los proyectos se apilan en el calendario de este año con tantos dos en él, que no lo aguanto. Ese número no me gustaba, el dos, que va. Hasta que descubro que es el favorito de alguien que quiero mucho, ¿cómo le puede gustar el dos?, y ahora de vez en cuando soy consciente que en mi vida cuenta y cuenta mucho. El dos de febrero comienza mi calendario, y lo voy llenando de ilusión y compromisos hasta noviembre, dejaré diciembre para la familia y respirar.
Hacer planes a largo plazo, no es del todo bueno. Pero llenar los días de ilusiones futuras pasa a ser una obligación, es lo único que nos pertenece en lo más hondo de las entrañas. El objetivo de un mañana sonriente, de recibir los frutos de un trabajo silencioso, de tocar el cielo en algunos segundos, eso no lo podemos entregar a nada ni nadie, porque pertenece a la nada de cada uno de nosotros.
Mañana dibujaré las sombras que fueron hoy, le daré color a todo aquello que no pudo ser, entornaré la ventana para disimular los fracasos, y seguiré escribiendo para poder vivir, porque escribir es semejante al respirar.
Y seguiré construyendo la historia de los que vivieron antes que yo, de aquellos que pasearon por mis veredas antes, a los que navegaron a otros nuevos mundos, que yo no me atrevería ni a soñar. Seguiré dando apellidos a quién no los recuerda. Seguiré visitando los cementerios en busca de respuestas, seguiré homenajeando a los sin nombre, y descubriendo que cada segundo es un milagro.